España entró en la Unión Europea el 1 de enero de 1986, tras la firma del Tratado de Adhesión en 1985. En ese momento, España pasó de ser un estado no miembro de la Comunidad Económica Europea (la predecesora de la UE) a ser parte de la CEE, lo que abrió puertas a su integración económica, política y social con los países europeos.
La integración de España en la Unión Europea no solo transformó la economía o la política, sino también los pequeños detalles de la vida cotidiana. Desde lo que comemos hasta cómo viajamos, Europa ha influido en nuestros hábitos, a veces sin que nos demos cuenta.
De la peseta al euro: ¿Cuánto era eso en pesetas?
Generaciones enteras crecieron calculando mentalmente el precio de las cosas en pesetas, incluso años después de que el euro llegara en 2002. Al principio, muchos se quejaban de que «todo era más caro» – el famoso efecto redondeo-, pero con el tiempo, el euro facilitó viajar, comprar por internet y evitar cambios de divisa. Eso sí, aún hoy, algún abuelo sigue convirtiendo los precios para entenderlos mejor.
El supermercado: menos merluza y más quinoa La Política Agraria Común: PAC y las normas europeas cambiaron nuestra dieta. Antes, era común comprar fruta de temporada y pescado local; ahora, los supermercados están llenos de aguacates de Perú, salmón noruego y manzanas polacas. Lo positivo: más variedad. Lo negativo: el declive de la pesca tradicional por las cuotas europeas y la competencia de importaciones baratas.
Además, las etiquetas de origen (obligatorias por la UE) nos hacen mirar si el jamón es de Jabugo o de Hungría, y las normas de higiene cerraron muchas pequeñas carnicerías o queserías artesanales que no podían adaptarse.
Erasmus: «Me fui seis meses y volví con un novio italiano« El programa Erasmus revolucionó la vida universitaria. Antes, estudiar fuera del país era para élites; ahora, miles de jóvenes españoles vuelven con acento mixto, recetas culinarias y contactos por media Europa. También trajeron costumbres: el aperitivo estilo italiano, el «brunch» alemán o la costumbre de tomar cerveza en terrazas todo el año, «como los guiris», algo impensable en la entonces España de los 80.
Eso sí, muchos se quejan de que el Erasmus se ha vuelto más caro y que las becas no cubren los costes de ciudades como París o Ámsterdam.

Del Seat 600 al BlaBlaCar: cómo viajamos Antes, ir a Francia o Portugal era una odisea en coche con pasaporte y cambio de moneda. Hoy, gracias al espacio Schengen cruzamos fronteras sin darnos cuenta y las aerolíneas low cost (Ryanair, EasyJet o Vueling, entre otras) nos permiten volar a Roma por menos de 50 euros.
El BlaBlaCar y otras plataformas europeas popularizaron el viaje compartido, mientras que el carné de conducir único evitó trámites burocráticos. Eso sí, el brexit complicó los viajes a Reino Unido, y muchos españoles en Londres tuvieron que regularizar su situación.
Trabajo y derechos: «Me jubilo a los 67, ¿y eso es europeo?»
Las directivas laborales europeas trajeron mejoras: bajas por paternidad más largas, igualdad salarial o la prohibición de cobrar por pagar con tarjeta. Pero también impusieron reformas impopulares, como retrasar la jubilación o facilitar los despidos en tiempos de crisis.
Además, muchos jóvenes trabajan en Alemania o Irlanda porque en España los sueldos son más bajos, y el teletrabajo (impulsado por la pandemia) sigue sin regularse bien comparado con otros países europeos.
Medio ambiente: del usar y tirar al cubo de reciclaje
En los 80, nadie separaba basura. Hoy, gracias a las directivas europeas, tenemos contenedores de colores (aunque muchos aún duden entre el amarillo y el azul). Las bolsas de plástico ya no son gratis, los coches diésel tienen los días contados, y en las tiendas te miran mal si pides una pajita para beber, ahora están prohibidas.
Ocio y cultura: de las VHS a Netflix
Antes, ver una película extranjera era esperar a que la emitiera TVE. Hoy, Netflix, HBO y Disney+, entre muchas otras ofertas, nos ofrecen series europeas como La Casa de Papel o Dark, y el festival de la canción Eurovisión sigue siendo un evento nacional, aunque nunca ganemos. Las protecciones de copyright europeas también cambiaron la piratería: antes, el Top Manta vendía CDs; ahora, descargar películas de Internet puede constituir un delito a la propiedad intelectual de los autores.
Europa está en lo cotidiano
La UE no es solo Bruselas y fondos de cohesión: es el billete de avión barato, el queso francés en el súper, el Erasmus que cambió tu vida o el cubo de reciclaje que odias pero usas. España se europeizó, pero conservó su esencia: seguimos tomando cañas, comiendo tortilla y yendo de botellón… aunque ahora con menos plástico y más conciencia climática.
Europa hoy: ¿solidaridad o burocracia?
La UE ya no es el proyecto idealista de los 80. Ahora enfrenta el euroescepticismo, la polarización y desafíos como el brexit o el auge de la ultraderecha. España, aunque proeuropea, sufre tensiones: desde el conflicto catalán (donde Europa evitó posicionarse) hasta debates como la reforma laboral o la gestión migratoria, donde Bruselas exige alineación.
¿Vale la pena?
Pese a sus defectos, la UE sigue siendo el mejor marco para España. Sin ella, seríamos más pobres, más aislados y más vulnerables. Pero Europa debe reformarse: menos austeridad, más cohesión y una voz fuerte en un mundo de gigantes como EE.UU. o China. Los próximos 40 años dependerán de si logramos una Unión más justa, menos tecnócrata y realmente al servicio de sus ciudadanos.
España debe seguir en Europa, pero luchando por una Europa mejor. ¿Es perfecta la UE? No. ¿Podríamos vivir sin ella? Tampoco.